La tradición de tan singular cortejo, con ataúdes
incluidos, proviene del siglo XV. Desde entonces, la devoción no ha decaído.
Aquellos que estuvieron rozando la muerte se ofrecen a Jesús el Nazareno.
Cirios y féretros llevados por los familiares y un fervor que no intenta
contenerse estremecen al más escéptico. Todo un canto a los umbrales de la
muerte que resulta sobrecogedor.
En la margen derecha de la Ría de Arousa, el Océano Atlántico dirige
su mirada hacia las tierras de A Pobra do Caramiñal. Allí, en los treinta y
cuatro kilómetros de extensión del municipio, en la parroquía de O Deán, se
celebra la fiesta más renombrada y concurrida de todo el año. Y también la más
luctuosa, pues un largo cortejo acompaña a Jesús el Nazareno, en medio de
ataúdes y cirios.
En el tercer domingo de
septiembre, la Procesión de las Mortajas sucumbe ante cualquier oficio o
quehacer de los pobrenses que acuden, con gran devoción, ante la imagen del
santísimo. Una tradición tan singular como antigua en la que la vida se
antepone a la muerte y ésta sólo se halla presente en las grandes y pequeñas
cajas de madera, coronadas por crucifijo. No obstante, la explicación es bien
sencilla. Todos aquellos que estuvieron a punto de morir se encomendaron a
Jesús el Nazareno, rogando por su salvación. De esta forma y como
agradecimiento, el día de la procesión caminan tras aquél que debía de haber
sido su propio féretro, el cual llevan sus familiares vistiendo un hábito
morado y portando un gran cirio.
De tan particular ritual, aunque no es el único de Galicia, dieron
buena cuenta García Martí y Valle-Inclán. Este último pasó largas temporadas en
la villa coruñesa e, incluso, en los pleitos sobre el origen de su nacimiento,
llegó a declarar que había nacido en A Pobra do Caramiñal, aunque,
posteriormente, se logró demostrar la procedencia de Vilagarcía de Arousa.
¿A qué se debe este culto?
El culto hacia Jesús el Nazareno se remonta, en la localidad de Pobra
al siglo XIV, pero no hay constancia de la Procesión de las Mortajas hasta el
XV, cuando la comarca estaba asediada por unos vándalos que utilizaban la
sierra para esconderse. Tras coger a cuatro de los componentes del grupo de
bandidos, en vísperas de la fiesta en honor del Nazareno, el alcade mayor de la
villa de Deán los condenó a muerte. Don
Juan Linares, que así se llamaba el regidor, comenzó a encontrarse muy enfermo
y, escuchando el repique de campanas en A Pobra do Caramiñal desde su lecho,
rogó a Jesús por la salvación de su alma.
Era el tercer sábado de septiembre y Juan Linares hizo que sus
criados llamaran a un carpintero para que le hiciese con urgencia un féretro a
su medida. Al día siguiente, durante la procesión, el alcalde, vestido con sus
mejores galas, acompañó la imagen de Jesús siguiendo a su propio ataúd, que
cargaban los cuatro reos. Finalmente, al llegar al atrio de la iglesia, el
alcalde perdonó la vida a los reos, no sin antes increparles por sus fechorías.
Ese parece ser el origen de este singular ritual.
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